Acababa de llegar a casa. La jornada laboral había sido, ese día, intensivamente agotadora. El sol hacía rato que se había puesto y su estado de ánimo apuntaba a la baja, como la bolsa. Lo único que le pedía el cuerpo era dormir, descansar, terminar con ese estrés insostenible que le estaba absorbiendo toda la energía.
Apenas unas horas por delante para reponerse y prepararse para estar, nuevamente, dispuesta, al amanecer, para otra jornada. Pero… ¿qué pasaba con la vida? ¿Qué sentido tenía esa locura? ¿A dónde la conducía ese ritmo frenético?...
Todavía recuerda cuándo comenzó en esa empresa. Todos la felicitaron. Era una joven promesa…y muy joven. La puntuación alcanzada en el examen de acceso, la más alta. Las ilusiones, todas. Las expectativas, las mejores… Pero, las mejores ¿para quién? ¿Para qué?
Ya había consumido la mitad de su vida en un trabajo que, si bien, al principio, le resultaba gratificante…ahora no le encontraba sentido alguno. Además estaba ese dolor punzante en el pecho. No quería prestarle atención, pero, cada vez, era más agudo e insidioso. Algo no iba bien. Su cuerpo trataba de decirle algo importante, pero ella, simplemente, no tenía tiempo de escucharlo…tampoco de alimentarlo bien, ni de darle los cuidados adecuados, ni de…vivir, en definitiva.
Esa noche, al entrar en casa, notó el peso aplastante de una soledad interior y un cansancio extremo. Soltó las llaves y el bolso y se tumbó, sin quitarse el abrigo siquiera, sobre...