domingo, 18 de diciembre de 2011

El Sembrador de Estrellas

Un punto diminuto y brillante se reveló en el horizonte de una noche sin luna. Fue aumentando su tamaño como si fuera un asteroide que se acercara a la Tierra hasta que se materializó y cobró forma humana.

Por un sendero bordeado de árboles, un apuesto joven que vestía de forma sencilla y llevaba una alforja de cuero, caminaba despacio, sin prisas, deteniéndose con cada puesta de sol, asombrándose con cada amanecer, maravillándose con cada flor, cada pájaro, cada gota de rocío…

A donde quiera que llegara, aldea, pueblo o ciudad, llevaba sus bendiciones y, con cada acto bondadoso, una estrella se encendía.
El Sembrador de Estrellas, así se llamaba. Y sembraba esperanza, armonía, entendimiento, empatía, compasión, comprensión,… y, con cada paso suyo, se multiplicaban las estrellas en el firmamento y los hombres y mujeres de buen corazón que, a su vez, se convertían en aprendices del Sembrador de Estrellas.

Llegó la voz de alarma a las altas cúpulas del poder mundano donde residían seres oscuros, grises, mortecinos… que manejaban los hilos del destino de la humanidad. Y se dispusieron, prestos y preocupados, a enviar una legión de servidores. Veían peligrar sus planes de permanencia indefinida en el poder del mundo.

Pusieron obstáculos, trampas, zancadillas, sembraron cizaña, discordia y confusión para tratar de anular a ese ejército luminoso que proliferaba sin prisas, pero sin pausas.

Pero la Tierra, que estaba siendo sanada, y el Universo, que brillaba radiante y complacido, se aliaron con el Sembrador de Estrellas y sus ayudantes y, con cada una de ellas que encendía su luz, la oscuridad menguaba y retrocedía en sus oscuros propósitos…hasta que fue tan deslumbrante la luz, tan cegador su reflejo…que desapareció por completo la noche y un radiante amanecer se vio avanzar por el horizonte y vino a establecerse con la fuerza de un millón de soles que aglutinaron a todas las estrellas sembradas en un fantástico e inmenso jardín de Amor Incondicional.


 Por Mª Antonia Fernández
Diciembre 2011

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