nubes, pronostica descarga de un momento a otro…
viernes, 19 de noviembre de 2010
MEDITACIÓN, DIVINA HERRAMIENTA: CUENTO
La llama de la vela parpadeaba inclinándose de un lado a otro en una danza armónica de luz. El humo del incienso dibujaba hermosas figuras con formas diversas: remolinos, espirales, caracoles, serpentinas,…La música suave, apenas perceptible, de los cuencos de cuarzo, cuencos tibetanos, crótalos, flautas de cristal que le había regalado su querida amiga Anna, en un agradable CD para estados del alma ,la llevaba a un éxtasis embriagador.
Marian se siente en otro mundo cuando entra en ese espacio sagrado de su universo interior.
Fuera, el viento ruge y agita las ramas de los árboles con furia. El cielo, cubierto de...
nubes, pronostica descarga de un momento a otro…
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En momentos así, pierde la noción del tiempo y nota cómo se siente dichosa, libre, afortunada…como un sediento que encuentra una fuente de agua fresca en mitad de un desierto. Sólo que esa fuente está en sí misma y esa agua, no sólo amaina la sed, sino que la llena de Vida.
Ama esos ratos de soledad y de encuentro con el latido divino de su corazón. Vuelve, luego, a la vida cotidiana, dispuesta y fuerte, como si estuviese protegida de una armadura etérea que la ayuda a superar cualquier obstáculo y a difundir el calor de esa hoguera interna a todos cuantos se cruzan en su camino.
Esa actividad, convertida en hábito ya necesario, en embelesamiento profundo es el mejor de los regalos de cada amanecer.
Aquella mañana, una cálida luz azul entró por su ventana y la llamó a despertar configurándose en la silueta de una señora resplandeciente cuya imagen emanaba dulzura, ternura, intenso amor desconocido, hasta ahora. Le pidió que la acompañara y ella la siguió.
Su cuerpo quedó tendido en la cama en un plácido y reparador sueño. Mientras avanzaba pudo contemplarse desde fuera, como una espectadora y supo que esa forma física que reposaba entre las sábanas no era ella, era sólo un envoltorio, un vehículo, un canal…ella era mucho más de lo que percibían sus sentidos físicos cuando experimentaba la vida desde dentro de esa perfecta y armónica máquina llamada cuerpo.
La señora la condujo a través del espacio. Contempló mares, océanos, países, cordilleras, llanuras,…hasta que fueron alejándose de la esfera azul llamada planeta Tierra. Junto a aquel ser, Marian sentía una paz indescriptible, una serenidad insondable y una explosión de conocimiento y sabiduría en su mente como no recordaba haber sentido nunca.
Llegaron a otro plano dimensional y, entonces, la señora le pidió que mirara hacia la Tierra. La Tierra estaba radiante, luminosa, como una magnífica esfera brillante de luz dorada. No eran precisas las palabras, todo eran pensamientos, energía, Amor…y entendió que le estaba mostrando un proceso único, extraordinario, la ascensión de Ea, Madre de la Vida como la llamaban los maestros de la mente. Y supo cuál era la misión que se le pedía:
cada ser, hijo de Ea, Madre de la Vida, iba a poder elegir entre quedarse imperturbable en una continuidad de más de lo mismo por no aceptar el cambio o avanzar a un nivel de conciencia superior junto con ella vibrando en su misma frecuencia.
No iba a ser fácil, pero sabía, con total convencimiento, que no estaban solos y que estaban siendo conducidos, guiados, invitados…todos los hijos de Ea, Madre de la Vida, a una fiesta sin precedentes, a una existencia libre y majestuosa.
La señora la acercó hacia sí, la bendijo y, al abrir los ojos, sintió un cálido beso en su frente, aunque sus ojos no pudieron percibir figura alguna, sí vio el reflejo azul que volvía a salir por la ventana y su corazón ardía de pasión y de amor incondicional y, esa mañana, se levantó de su cama como si flotara, como si se hubiera convertido en el humo juguetón y liviano de sus barritas de incienso.
Por Mª Antonia Fernandez
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