jueves, 20 de octubre de 2011
ATENDIENDO A LAS SEÑALES
La leyenda hablaba de unas campanas que se oían en los alrededores del lago del castillo, cuando las ánimas estaban inquietas.
No pasaron inadvertidas en las tardes de aquel otoño.
Para nadie de la zona era desconocido el hecho de que el fondo marino estaba temblando. Tampoco eran habituales esas sacudidas.
La Tierra se desperezaba, saliendo de su largo letargo.
Aquella tarde, Matthew, sentado en un banco del parque vio llegar una bandada de urracas que, ruidosas, se posaron sobre la encina más altiva y...
poderosa. Su corazón dio un vuelco. Era muy sensitivo.Un viento frío se removió, nervioso, dejando caer numerosas hojas…rojas, verdes, amarillas. Un hermoso lecho cubría la tierra.
Un otoño más…tal vez, pero no un otoño cualquiera, no como los demás. Todavía no habían empezado las lluvias. Las tardes acortaban la luz y se mostraban apacibles y, aparentemente, serenas. Sin embargo, ese retumbar de tambores lejanos, unos chasquidos secos bajo el suelo, innumerables lombrices que salían a la superficie, bandadas de aves que volaban hacia el interior o en mitad de la noche, ese inconfundible olor a azufre, los borboteos extraños en el mar, el calentamiento de las aguas, el intenso croar de las ranas del lago…sin duda, querían avisar de algo inminente.
Si el ser humano no se hubiese desligado de la vida natural, entendería su lenguaje, comprendería sus mensajes, descifraría sus señales… Nunca antes, ninguna otra generación había sido testigo de tan frecuentes y extremos fenómenos geológicos.
Volvió a escuchar el eco lejano de las campanas… No tuvo miedo. Nunca tuvo miedo a los cambios, forman parte de la vida. Su estado permanente de gratitud le permitía ser optimista y confiado. Había aprendido a no tener apegos ni a las cosas, ni a las personas, ni a los lugares. Había aprendido a vivir en armonía con el Universo.
Pausadamente se levantó y se dirigió a su casa. Llenó una pequeña maleta con objetos personales y necesarios y se marchó.
Un tren lo aguardaba en la estación. No tenía destino marcado, sólo la certeza profunda de que debía alejarse de las costas.
Desde la habitación del hostal recibió la noticia que ya había intuido.
Una gran masa de agua, desplazada por el hundimiento de parte de un volcán submarino, había atravesado el océano, había irrumpido esa madrugada adentrándose kilómetros en tierra. Los destrozos incalculables, las pérdidas humanas incontables, el caos acampando a sus anchas, alarma global en los medios informativos… Y tan sólo una ligera modificación en la geografía terrestre. La Tierra cumplía sus ciclos, imperturbable y constante en sus procesos.
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