lunes, 3 de octubre de 2011
PARADA A TIEMPO: RELATO
Acababa de llegar a casa. La jornada laboral había sido, ese día, intensivamente agotadora. El sol hacía rato que se había puesto y su estado de ánimo apuntaba a la baja, como la bolsa. Lo único que le pedía el cuerpo era dormir, descansar, terminar con ese estrés insostenible que le estaba absorbiendo toda la energía.
Apenas unas horas por delante para reponerse y prepararse para estar, nuevamente, dispuesta, al amanecer, para otra jornada. Pero… ¿qué pasaba con la vida? ¿Qué sentido tenía esa locura? ¿A dónde la conducía ese ritmo frenético?...
Todavía recuerda cuándo comenzó en esa empresa. Todos la felicitaron. Era una joven promesa…y muy joven. La puntuación alcanzada en el examen de acceso, la más alta. Las ilusiones, todas. Las expectativas, las mejores… Pero, las mejores ¿para quién? ¿Para qué?
Ya había consumido la mitad de su vida en un trabajo que, si bien, al principio, le resultaba gratificante…ahora no le encontraba sentido alguno. Además estaba ese dolor punzante en el pecho. No quería prestarle atención, pero, cada vez, era más agudo e insidioso. Algo no iba bien. Su cuerpo trataba de decirle algo importante, pero ella, simplemente, no tenía tiempo de escucharlo…tampoco de alimentarlo bien, ni de darle los cuidados adecuados, ni de…vivir, en definitiva.
Esa noche, al entrar en casa, notó el peso aplastante de una soledad interior y un cansancio extremo. Soltó las llaves y el bolso y se tumbó, sin quitarse el abrigo siquiera, sobre...
la cama, entrando, inmediatamente, en un sueño profundo…muy profundo.Al abrir los ojos, se encontró al pie de un frondoso árbol. Las hojas comenzaban a caer y habían formado un mullido lecho que la acogía con ternura. Una brisa fresca le acariciaba el rostro y un penetrante olor a hierbas aromáticas le trajo a la memoria su añorada infancia.
Se incorporó y se encontró con la mirada expectante de una niña pequeña. Al principio, no la reconoció. Su exuberante vitalidad, su alegría desbordante y el inmenso entusiasmo por la vida la cautivaron de inmediato.
La niña le tendió la mano y con una incomprensible confianza la llevó a través del bosque, saltando ramas, bordeando rocas, persiguiendo al viento…
No hacían falta las palabras. Se dejó llevar. Un sentimiento antiguo de bienestar empezó a crecer en su interior. Se sentía como si le hubieran quitado una tonelada de peso de su alma. Se dejó llevar…
El eco de la risa de esa niña sonaba en sus oídos como una deliciosa melodía que le llenaba de energía. No preguntó…se dejó llevar.
Llegaron a un claro del bosque donde resplandecía, en el centro, un fabuloso roble. La niña le pidió que se tumbara bajo sus ramas y que cerrara los ojos. Ella se arrodilló justo a la altura de su corazón y fue haciendo un repaso por todo su cuerpo conectándola con cada uno de sus órganos. Sintió cómo sus músculos se destensaban, sus ojos descansaban en lo más profundo de sus cuencas, cómo se desdibujaba esa mueca agria de su boca mientras percibía la calidez del aire que penetraba por sus orificios nasales, siguió el recorrido de ese aire impregnado de vida, deteniéndose en sus pulmones que, desde hacía mucho tiempo, no se henchían de esa manera y soltaban la carga de ansiedad que le atenazaba el pecho, sintió el latido cardíaco como una mágica canción de bienvenida, el hígado, los riñones, el estómago, los ovarios, el útero,…todo cuanto integraba su cuerpo físico se liberaba y regeneraba milagrosamente…
En ese momento, una intensa luz blanca se configuró frente a ella y una voz habló:
-¡Detente! Tienes que saber cuándo parar. No te pierdas por el camino. Busca en tu interior. Busca la Verdad. Busca la Vida. No la dejes perderse…
Y luego,…un intenso dolor en el pecho.
Al abrir los ojos, la mano de la niña, extendida hacia ella, se alejaba en una bruma gris. Todo se oscureció y el peso del vacío la arrastró hacia lo más profundo de la Tierra.
Cuando volvió en sí, una figura vestida de blanco le informó de que había estado muy cerca. Su corazón, ahora, volvía a recuperar su frecuencia cardíaca. Tendría que cuidarse.
Su vida iba a cambiar considerablemente desde ese momento… ¡por fortuna!
Mª Antonia Fernández Octubre 2011
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