viernes, 16 de diciembre de 2011
La mirada
Dicen
que la mirada es el espejo del alma. Y ese dicho estaba muy presente en el
actuar diario de Bianca, maestra en una escuela de primaria.
Bianca
amaba su profesión. Tenía vocación desde niña cuando jugaba a ser maestra de
sus hermanos.
Amaba
a los niños y ellos le devolvían ese amor multiplicado.
Cada
mañana, al comenzar la jornada, Bianca hacía un repaso a la tarde y noche anterior para que los niños expresaran
sus vivencias familiares y estados emocionales. No tenía el más mínimo interés
por las vidas privadas de sus alumnos, pero era muy consciente de que la
escuela ha de estar vinculada a la vida y no sólo a un programa intelectual de
transmisión de conocimientos.
Esta
última apreciación se estaba perfilando a fuego en los tiempos que corrían,
pues, en contra de unos objetivos desfasados y estrictamente instructivos como
exigían las administraciones educativas, los niños estaban
mostrando otros
centros de intereses basados en experiencias personales, emocionales y en otras
inquietudes de otra naturaleza.
Bianca,
cada mañana, cuando hacía la asamblea de contacto, como ella la llamaba, miraba
a los ojos de sus alumnos y su intuición leía en ellos cómo llegaban a clase.
Naturalmente
ese espacio era a costa de tener que acelerar el trabajo posterior para
responder a las exigencias del programa oficial, pero, ella lo consideraba
absolutamente imprescindible.
La
chispa, el brillo, la viveza…de las miradas hablaban de niños despiertos,
entusiasmados, felices…; mientras que la opacidad, la tristeza, el
vacío,…reflejaban problemas familiares, falta de afecto, desorientación,…como
si la luz interior se hubiera apagado.
Llevaba
tiempo que no encontraba el brillo en su propia mirada cuando se asomaba al
espejo. Consultaba su interior y sentía desasosiego, hastío, sinsentido,
dolor,… algo se estaba rompiendo.
Empezó
a no llenarle lo que hacía. Cada vez se burocratizaba más la labor de la
enseñanza, cada vez se le exigían más tramites absurdos que no dejaban ocasión
ni energía ni serenidad para llegar a la esencia de ese trabajo al que se
consagró muy joven y amó en una etapa no muy lejana. Cada vez se apretaban más
las tuercas y se empujaba al profesorado al estrés, a la mecánica, al simple
adoctrinamiento que produjeran individuos aptos para responder a un sistema
rígido y frío, útil y productivo que se olvida del ser para perderse en el
hacer y el tener.
Tratando
de comprender las miradas de sus alumnos, desatendió la suya propia y desterró
al más profundo de los rincones de su ser a la niña que llevaba dentro… hasta
que el grito de ella fue demasiado hondo, demasiado intenso, demasiado
lastimero, demasiado desgarrado como para obviarlo.
Y,
como todo cuando afecta al alma, cuando se traiciona al propósito interior, hay
una proyección en el cuerpo… Bianca desarrolló una enfermedad crónica que le
incapacitó para el ejercicio de aquella profesión que fue el eje central de su
vida durante tantos años.
El
proceso de aceptación, desapego y redirección de un nuevo rumbo, fue duro y
complicado. De hecho, todavía está inmersa en él. La vida llama a ajustar
cambios e, inconscientemente, pretendemos que todo siga igual.
Bianca
llegó a la conclusión de que, hasta que no se asume el carácter impermanente de
la vida, hasta que no se descubre la verdadera naturaleza del ser humano, hasta
que no se es responsable del propio espacio interno y su repercusión en
nosotros mismos y en los demás… habrá muchas Biancas buscándose y buscando la
chispa de luz que viaja del corazón a la mirada.
Mª Antonia Fernández
Diciembre 2011
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario