miércoles, 25 de septiembre de 2013
La muerte no existe: Cuento
La
relación con su hermana había sido distante desde que ella podía
recordar. Las largas ausencias en su infancia para acompañar a su
abuela habían marcado un extraño sentimiento de anhelo y rechazo, a
la vez. Sus sistemas de creencias se fundamentaban en pilares
opuestos o, al menos, diferentes. Sus puntos de vista, sus
expectativas, las enfrentadas percepciones de la vida y sus
propósitos no habían contribuido, más bien al contrario, a la
búsqueda de un punto de encuentro.
Ahora
que los padres habían partido, que no podían ofrecer su papel de
aglutinantes de la familia, ahora se presentaba ese diagnóstico
inesperado.
Ella,
una buscadora espiritual constante. Su hermana, investigadora lógica,
analítica, racional, entregada completamente a la ciencia.
Ahora,
ambas tenían que mirar a la muerte cara a cara. Esa cita ineludible
venía a...
ponerlas en una senda común.
-“¿Cómo
sabes que la vida sigue tras la muerte? ¿Acaso ha regresado
alguien para
demostrarlo?”-
eran preguntas frecuentes de su hermana, más bien un reproche que
utilizaba de arma arrojadiza contra ella.
La
inevitable observancia de su deterioro físico entre discusiones
improductivas sobre la existencia, o no, de algo más allá de la
muerte, no contribuía a traerles ni paz ni sosiego a ninguna de
ellas.
En
lo más profundo de sí misma, intuía que ese acalorado intento por
transmitirle a su hermana esperanza en una existencia más allá de
la vida, podía ser, en definitiva, una proyección en su propio
espejo. Realmente, ¿a quién estaba tratando de convencer?
La
luz del alba la sorprendió sumida en esas vacilaciones. Una llamada
del hospital la zarandeó bruscamente. Su hermana había empeorado
durante la noche y reclamaba su presencia.
Sorteó
todos los obstáculos que, esa mañana, se empeñaron en presentarse
en su camino con la certera sensación de estar sostenida
internamente.
Cuando
estuvo junto a su cama, tuvo la convicción de que algo importante
había ocurrido durante las escasas horas de su ausencia.
Sus
ojos…tenían un extraño brillo, un alcance lejano, una envoltura
serena…
Le
cogió la mano, aún cálida, y sus miradas se encontraron. Durante
unos breves, pero intensos, instantes una chispa encendida recorrió
todo su cuerpo. Una profunda sensación de unidad y amor la envolvió
haciéndola vibrar como nunca antes recordara.
Su
hermana atinó a balbucir unas palabras. Una visita inesperada, un
anciano de plácida expresión y sereno rostro le había preguntado
si estaba preparada para su marcha. Le habló de un viaje sin
distancias, de un lugar eterno, de una paz indescriptible… Pudo ver
a sus padres, a sus abuelos y a aquel bebé olvidado que, nunca,
pudieron llamar hermano.
Conforme
relataba aquel encuentro, la pasión en su voz la invadía, esa luz
que emanaba su sonrisa, paradoja increíble en un cuerpo que se
sacudía agotado y moribundo. Un último aliento estremeció su
ánimo. Y una ráfaga de calor atravesó su pecho.
Quedó
tranquila, en paz, reconociendo el rostro de la muerte.
Atinó
a llamar a las enfermeras y se sumió en una extraña quietud sin
lágrimas ni enojo.
..ooOoo..
Aquellas
semanas transcurridas desde la marcha de su hermana la habían
mantenido en un estado de flotación permanente, sin llegar a poner
los pies en el suelo. Todo había transcurrido tan deprisa…
Necesitaba tiempo para procesar el torbellino de preguntas,
sentimientos, emociones y dudas que la sacudía por dentro.
Esa
noche, poco después de apagar la luz de su conciencia, cuando estaba
en ese duermevela preludio del sueño, la vio.
En
la entrada de su habitación, enmarcaba bajo el dintel de la puerta,
envuelta en luz y con aquella mirada penetrante. Sin mover los
labios, sin emitir sonido alguno, sus palabras nítidas traspasaron
su entendimiento. Estaba bien, feliz, radiante en otra dimensión de
la existencia. Volvía para despedirse y para darle el testimonio que
habría de difundir: la muerte no existe, es el cuerpo el que perece,
el Ser es eterno, sólo una parte de él se reviste de corporalidad,
el resto tiene infinitas posibilidades a través del tiempo y del
espacio. La Consciencia prevalece. La muerte no es el fin ni es
vacío, es comienzo y plenitud, principio y vida.
Después
desapareció y ella se entregó al benéfico efecto del sueño
reparador en la más absoluta certeza del poder del Amor y de la
Vida.
Mª
Antonia Fernández
23
de septiembre de 2013
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