serían los juicios intuitivos retrospectivos que son de naturaleza diagnóstica. El ejemplo anterior se ubicaría perfectamente en esta clase. Y en la segunda categoría se encontrarían las inferencias prospectivas; es decir, las predicciones.
jueves, 15 de marzo de 2012
¿Podemos fiarnos de la Intuición?
Lo dijo Einstein: “La única cosa realmente valiosa es la intuición”. No
se trata de decidir todo a golpe de corazonadas, pero tampoco de ignorar
totalmente las ideas ‘sentidas’ más que ‘pensadas’.
Supongamos que sufrimos una serie de síntomas para los cuales los
médicos no encuentran un diagnóstico. Decidimos acudir a un prestigioso
centro médico y allí nos plantean dos alternativas para diagnosticarnos.
La primera consiste en introducir los signos de nuestra enfermedad en
un potente ordenador cuyo software se basa en los últimos avances
científicos. En el segundo caso, el diagnóstico deberemos dejarlo en
manos de un reconocido especialista con muchos años de experiencia. ¿Qué
camino elegimos? Probablemente, la mayoría de nosotros preferiremos
confiar en el médico. Aunque no dudamos de que el ordenador utilizará
una lógica implacable, sabemos que el experto, como humano que es, posee
una potente herramienta de la que la computadora carece: la intuición.
Si nos examina un especialista de carne y hueso, su cerebro puede
captar, aunque él no sea consciente de ello, signos sutiles que sean la
clave para conducir a un diagnóstico correcto, lo cual es tarea
imposible para el ordenador.
“No caigamos en la trampa de pensarque la ciencia solo se basa en análisis y lógica, la intuición es responsable de su avance”
“Es habitual que pensamientos brillantes surjan cuando estamos relajados. En ese momento nuestra pantalla está más limpia”
Cuando intuimos parece como si nuestro cerebro nos regalara una idea
que no sabemos de dónde ha salido. La intuición es una especie de
trabajo subterráneo, procesamos la información inconscientemente. Este
es uno de los aspectos que más lo diferencian del pensamiento
lógico-racional, para el cual tenemos que hincar los codos. Al intuir,
nuestras neuronas se ocupan ellas solas del tema.
A diferencia del
pensamiento deliberativo, la intuición solemos relacionarla con las
emociones. Y es que cuando intuimos notamos que sentimos esa idea y no que la pensamos.
Según
Robin M. Hogarth, las intuiciones las podemos clasificar en dos grandes
bloques. Un tipo
serían los juicios intuitivos retrospectivos que son de naturaleza diagnóstica. El ejemplo anterior se ubicaría perfectamente en esta clase. Y en la segunda categoría se encontrarían las inferencias prospectivas; es decir, las predicciones.
serían los juicios intuitivos retrospectivos que son de naturaleza diagnóstica. El ejemplo anterior se ubicaría perfectamente en esta clase. Y en la segunda categoría se encontrarían las inferencias prospectivas; es decir, las predicciones.
Un viejo
pescador que adivina el tiempo que hará durante el día con solo echar un
vistazo al cielo constituiría un claro ejemplo de esta segunda
categoría. Si a ese pescador y también a un experto meteorólogo les
pidiéramos que nos enseñaran su técnica de predicción, ¿quién nos la
explicaría con más claridad? Sin duda alguna, el científico. Él sabe muy
bien en qué se basa y qué pasos deductivos da para llegar a la
conclusión. El cerebro del pescador se basaría en la gran recopilación
de datos que ha ido haciendo a lo largo de sus salidas a la mar para
deducir de forma automática las intenciones de las nubes.
EL VALOR del SEXTO SENTIDO
“En el mar, como en el amor, suele ser mejor seguir una corazonada que obedecer a una biblioteca” (John R. Hale)
No
caigamos en la trampa de pensar que la ciencia solo se basa en el
método científico, analítico y lógico, la intuición es la mayor
responsable de su avance. El mismo Einstein fue un defensor de la
intuición: “La única cosa realmente valiosa es la intuición”. En una entrevista realizada en 1930 explicó que intuía que su teoría de la relatividad era cierta y que por eso no se extrañó cuando otros científicos la confirmaron empíricamente.
En
muchos libros de autoayuda se presenta la intuición como una
herramienta infalible, casi mágica. En ellos se suelen citar muchos
ejemplos de emprendedores que han conseguido grandes éxitos siguiendo
sus corazonadas. Huelga decir que en estos manuales no se dice ni una
palabra de individuos que siguieron su sexto sentido y fracasaron
estrepitosamente.
El cerebro va conectando datos, pero a veces lo
hace con datos que están relacionados y otras asocia los que solo
coinciden en el tiempo, pero que no tienen ningún tipo de relación
causa-efecto. Cuando el pescador o el médico aciertan es porque sus
neuronas han establecido una relación correcta. Pero no siempre tiene
por qué ser así…
Aunque parece increíble, al conocer a una
persona, la primera impresión solo tarda unos segundos en formarse. Y no
tenemos por qué acertar; de hecho, es frecuente cometer errores
imperdonables. Cuando un desconocido de entrada nos cae bien o mal suele
deberse a que un rasgo físico, su forma de moverse, su forma de vestir…
lo tenemos asociado a otra persona. Obviamente, no nos damos cuenta de
que nuestra intuición se basa en una asociación inconsciente. Así, si
nuestro cerebro conecta datos que se dan juntos por simple azar, todas
las predicciones basadas en estas conexiones pueden ser nefastas.
Tiemblo
cuando oigo expresiones del tipo “de un vistazo capto cómo son las
personas”… Quizá les parece que sus predicciones siempre se cumplen,
pero… ¿no se encargarán ellos de que así sea? Imaginemos una camarera
que alardea de que siempre sabe quién le va a dar propina y que no
pierde el tiempo con los clientes que presume que no le van a dejar ni
un euro. Realmente, si ella trata mejor a los consumidores que asocia
con la propina, ¿no es esperable que sean esos, con más probabilidad que
los otros, los que finalmente dejen las monedas? Ni más ni menos que
una profecía autocumplida. Como todos en el fondo compartimos más de lo
que nos pensamos, ya estamos comprobando en nuestro caso qué intuiciones
damos por sentadas cuando en realidad son incorrectas.
Tomar datos de la experiencia
“Gran parte de la intuición se adquiere mediante la interacción con el medio” (Robin M. Hogarth)
Si
intentamos diseccionar el proceso de la intuición vemos claramente tres
fases. En primer lugar, el cerebro recopila datos de la experiencia;
seguidamente los procesa de forma inconsciente y automática, y en tercer
lugar aparece repentinamente el resultado o la conclusión de este
procesamiento en nuestra consciencia. Por tanto, si queremos mejorar
nuestra intuición debemos optimizar estas tres fases.
Einstein
afirmaba que intuyó la teoría de la relatividad, pero su cerebro no le
regaló esta magnífica intuición de forma gratuita. Antes, él tuvo que
dedicarse a estudiar noche y día sobre el tema. No paraba de alimentar
su cerebro con datos. Su genialidad brotaba de muchos lugares
diferentes, uno de ellos era su mirada. Observaba el mundo sin dejar que
las teorías anteriores le obligaran a verlo de una determinada manera.
Intentemos emular a Einstein, observemos mucho y sin prejuicios. Así
nuestro cerebro tendrá el material que necesita para intuir.
Darle tiempo al inconsciente
“Las ideas se encienden unas con otras como las chispas eléctricas” (Johann J. Engel)
Una
vez hemos recogido información, debemos limitarnos simplemente a darle
tiempo a nuestro inconsciente para que trabaje por nosotros. Ap
Dijksterhuis y su equipo de la Universidad de Ámsterdam lo confirmaron
experimentalmente. A los sujetos se les ofrecía una compleja información
acerca de cuatro posibles apartamentos. De cada uno de los cuatro se
les daban 12 datos (localización, número de habitaciones, precio,
etcétera). Su misión era escoger el mejor. A un grupo de participantes
se les dio poco tiempo para pensar y, como es esperable, erraron más que
los sujetos a los que se había dejado más tiempo. Pero lo más
sorprendente es que había un tercer grupo a los que, después de darles
la información, los distrajeron. Transcurrido el rato de distracción se
les preguntó su preferencia. Este tercer grupo fue el que mostró
decisiones más acertadas. Ellos no habían pensado conscientemente,
puesto que se estaban distrayendo, pero su cerebro no había parado de
combinar las ventajas e inconvenientes de los apartamentos, llevándoles a
la decisión más conveniente.
Reconocer las señales
“Hay
un chispazo en la conciencia, llámese intuición o como se quiera, que
trae la solución sin que uno sepa cómo o por qué” (Albert Einstein)
Nuestra
conciencia es como una enorme pantalla blanca. Nuestro inconsciente
después de un duro trabajo proyecta sus conclusiones en esa
macropantalla. Y es entonces cuando vemos la deducción de sus cábalas.
Pero si tenemos la pantalla ocupada ¡no podemos ver nada! Una forma de
poder despejarla consiste en meditar. De hecho, muchas personas que
meditan habitualmente explican que muchas ideas originales les han
venido mientras practicaban. Es también habitual que pensamientos
brillantes surjan justo cuando estamos relajados en la cama, antes de
dormirnos. En ese momento nuestra pantalla se encuentra más limpia.
Es
posible que cuando el inconsciente llegue a su deducción nos encuentre
durmiendo. ¿Qué hace entonces? No se espera a que nos despertemos, deja
su mensaje dentro del sueño de manera más o menos simbólica. Son muchos
los científicos o los literatos que han desenterrado sus descubrimientos
de los sueños o los literatos que han construido el argumento de sus
novelas en los brazos de Morfeo.
Y no olvidemos que las
intuiciones se sienten más que se piensan. Debemos escuchar nuestro
cuerpo, parar y notar cómo nos sentimos. Las bonitas palabras de Jean
Shinoda envuelven esta idea: “Saber cómo elegir el camino del corazón es
aprender a seguir la intuición. La lógica puede decirte adónde podría
conducirte un camino, pero no puede juzgar si tu corazón estará en él”.
1. PELÍCULAS
‘Slumdog millionaire’, dirigida por Danny Boyle.
‘Hereafter’, del actor y director Clint Eastwood.
‘Corazonada’, de Francis Ford Coppola.
‘Sherlock Holmes’, la última versión de Guy Ritchie.
2. LIBROS
‘Educar la intuición. El desarrollo del sexto sentido’, de Robin M. Hogarth (editorial Paidós, 2002).
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