sábado, 30 de julio de 2011
AL OTRO LADO DE LA PUERTA: CUENTO
Ya se ha puesto el sol. Hace fresco y Marla va a buscar un abrigo. No se siente sola. Desde que se fuera su marido, siente su presencia y su recuerdo en las plantas del jardín que, con tanto amor, cuidaba Fran, en las puestas de sol, en cada amanecer, en la caricia de la brisa matutina,…en cada latido de la vida.
Fue una noche fría de invierno. Aquel día no había comenzado como los demás. Una luz azul se coló por la ventana y se detuvo junto a ella. Su intuición le dijo que un acontecimiento extraordinario tendría lugar ese día. También se lo dijeron los pájaros que gorgojeaban más ruidosamente que de costumbre y el gato. Su pequeño Misin que no se alejó de Fran en todo el día. Cuando le dio el infarto, Misin se acurrucó sobre su pecho y empezó a maullar. Marla estaba en la cocina y presintió que algo había ocurrido.
Hacía de eso ya cinco años. Sus hijos habían querido que dejara la casa y se fuera a vivir, temporalmente, con cada uno de ellos. Pero Marla no quiso. Los largos paseos al atardecer, el despertar luminoso del sol filtrándose por la ventana, el sonido atropellado de los pajarillos, el canto del gallo, el silbido del viento entre las ramas de los árboles,…esa era su vida. Allí comulgaba con la Tierra y sentía a Fran en su corazón. Cada día lo vivía como un regalo y meditaba cada acontecimiento, cada vivencia, por pequeña e insignificante, como un momento grandioso. Sabía que no le quedaba mucho en este mundo. Pero no le daba miedo la muerte. Pensaba en ella como en una aliada, como una puerta que tenía que pasar y, tras ella, se encontraría con Fran y tantos otros seres queridos que ya se habían marchado.
Su vida había sido hermosa. Había tenido la suerte de encontrar a un hombre bueno y se habían amado con un amor que aumentó con el transcurso de los años, habían superado momentos muy difíciles, pero, también, experiencias muy grandes. Los hijos fueron una bendición, pero crecieron demasiado deprisa y ella sabía que no le pertenecían, no podía apegarse a ellos ni interferir en sus vidas. No se sentía nostálgica, no. Al contrario, estaba haciendo un balance muy positivo de su existencia. La vida es como una escuela y ella sentía muy próxima su graduación.
Aquella noche tuvo un sueño maravilloso. Se vio a sí misma más joven y caminando por un prado de flores que desprendían un intenso aroma. En el cielo lucían dos hermosos soles, uno rojo y otro azul y, delante de ella, se extendía un sendero luminoso que conducía a una especie de templo majestuoso. Caminó por él hasta llegar a un pequeño bosque que era como una antesala a ese templo. Conforme iba adentrándose en él, los árboles, de multitud de especies, le daban la bienvenida, cada uno con una forma particular y única. Cuando llegó a la escalinata que accedía al misterioso templo, un ser muy especial le estaba esperando y le pidió que lo acompañase al interior. Conforme iban atravesando diferentes salas, Marla veía en las paredes, como si fuesen pantallas de cine, toda su vida, sus vivencias, sus experiencias, todo cuanto había realizado, sentido y pensado en su paso por la Tierra…pero, lo curioso es que, con cada una de ella, se desprendía un destello de luz de distinto color, según el amor que ella había puesto en cada acción y esos colores y matices iban entretejiendo una extraña capa que iba envolviendo a Marla.
Al llegar a la última sala, una figura de Luz le entregó una delicada flor que, al contacto con sus manos, se deshojó dejando al descubierto una llama dorada. Ella, entonces, sintió en su corazón la fuerza arrebatadora del Amor, el bálsamo reparador del perdón, la ternura de la misericordia…y se sintió preparada para avanzar. Comprendió, con toda lucidez, que nadie nos juzga, que somos nosotros mismos quienes decidimos el camino a tomar. Y Marla se adentró en un mundo nuevo y desconocido donde la esperaban para la gran labor de ayudar a conducir a la humanidad hacia una existencia más plena y más feliz.
Cuando, por la mañana, llegó su hijo mayor a su casa, la encontró tendida sobre su cama, con una flor entre sus manos, una sonrisa dulce y serena en su rostro y un embriagador aroma a nardos en la habitación. Su madre había pasado al otro lado de la puerta…y no había lugar para la tristeza ni el llanto, sino para la alegría profunda por el regreso a casa de una hija muy querida y esperada.
Mª Antonía Fernandez
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muy interesante me parece este blok ya me identifico mucho con el.
ResponderEliminarGracias sintia, vuelve cuando quieras.
EliminarSaludos